India te
envuelve…, te atrapa…, te llena… Entra hasta lo más hondo de ti a través de sus
ojos negros y profundos… y aunque a veces te sientes saturada de ella no
puedes, ni quieres, sacarla nunca más…
A veces creo que
fueron quince días de un sueño…, me veo a mí misma en una especie de neblina
azul sorteando la basura por las calles, escuchando los rezos y la música, y
preguntándome dónde se encuentra esa espiritualidad anhelada entre tantísimo
bullicio de gentes y animales, entre tanto ruido y humo… Varios meses me han
hecho falta para encontrarla... y es que estuvo todo el tiempo dentro de mí.
India no te ofrece paz y quietud, te ofrece algo mucho mejor, la oportunidad de
encontrarla por ti misma. Cada una de esas miradas, cada minuto escudriñando
las calles y llenándote de sus colores… van acumulándose dentro de ti… y a
medida que pasa el tiempo van dejando un poso… se asientan como las capas de la
tierra hasta que forman parte de tu propia estructura. Se adhieren a tu piel y
bombean tu sangre, y si cierras los ojos puedes volver a sentirlo como si
estuvieras allí… Saboreas sus especias, aspiras el aroma del Ganges,  escuchas sus murmullos, las risas de los
niños jugando al cricket en la orilla. Y sin pretenderlo te sientes plena.
Rebosante de paz y de sosiego.
Si vas a India no
pretendas emprender allí un viaje hacia tu propio interior… no quieras
encontrar el equilibrio ni la calma… Déjate llenar de todo lo que te ofrece,
agóbiate en sus calles, mánchate con su suciedad, desespérate con su insistente
curiosidad, maréate con sus hedores y sus estridencias, escucha, siente, huele,
toca, mira, saborea… porque el verdadero viaje empieza cuando regresas...
