Pocas cosas me resultan tan satisfactorias como preparar un viaje… La persona que crea que el viaje comienza cuando pasas por la puerta de embarque no podría estar más equivocada. El viaje comienza mucho tiempo antes. Antes incluso de que te sientes delante del ordenador para adquirir el billete de avión. Antes incluso de fijar las fechas de las vacaciones.
Mi viaje comienza cuando, estando aún volviendo del anterior, ya estoy pensando en cuándo y dónde será el próximo. Ese ya casi ritual para mí tiene varios significados. Por un lado, mitigo el duelo producido por la vuelta del viaje. Da igual en qué condiciones lo haya hecho, da igual cómo haya salido todo, si el tiempo ha sido clemente o no, si el transporte público o la carga de la mochila me ha provocado alguna molesta contractura… da igual. Siempre paso un pequeño proceso de duelo. Porque una parte de mí se queda en aquellos caminos y en aquellas gentes, en cada nuevo sabor y en cada amanecer. Y desprenderse de una parte de una misma duele, a veces, un poquito. Y otras veces mucho. Todo depende de la intensidad de la mirada de aquel vendedor de cacahuetes, de la difícilmente olvidable vista desde la cima de aquella montaña. Depende de cuánto se me ha agarrado el país. Algunos países se agarran a todos mis sentidos, a mi olfato, a mi tacto, a mi vista… se agarran tan fuerte que en el difícil intento de desprenderme de ellos para poder emprender el camino de vuelta, se llevan pedazos de mi piel en sus garras. Y algunos se han agarrado tan, tan hondo, que incluso se han quedado con parte de mi corazón. Y así, sangrando y malherida, me encuentro de nuevo en la puerta de embarque…
Por otro lado, estar planeando ya el próximo destino cuando ni siquiera he sacado la tarjeta de fotos de la cámara me permite vivir en la ilusión de caminar mi vida sobre un continuo de viaje… Me gusta pensar que el viaje no ha acabado, que solo estoy haciendo un transbordo. Mientras lavo las cicatrices que las garras del último viaje me han dejado, ya estoy imaginando los paisajes del siguiente. Sí, tengo que ir a trabajar y durante un tiempo me veo atrapada en la rutina, pero yo lo veo más como una pequeña parada de avituallamiento. Necesaria para curar las heridas y coger fuerzas para las que vengan. Mientras, el viaje continúa a través de consultas a blogs y guías de viajes, a través de sistemas de reserva y de páginas de turismo. Ya estoy viajando. Escudriñar por la red información sobre una ruta, buscar imágenes y planos de los lugares a visitar, aprender sobre su historia, su lengua, sus costumbres. Ubicarlo en el mundo. Conocer su clima, su alimentación. Saber cómo debo comportarme en determinadas situaciones y qué se espera de mí y de mi forma de vestir. Y, lo más importante, entender por qué. Mirar a través de sus ojos, imaginar lo que voy a encontrarme, lo que va a hacerme sentir… y descubrir después lo equivocada (o acertada) que estaba…
Todo eso también forma parte de mi viaje. Y lo disfruto con el entusiasmo de una niña pequeña el día de los reyes. Con esa mezcla de nerviosismo y de ilusión, contando los días que faltan para volver a preparar las maletas…  
