Julio llegó en agosto. Siempre se ha hecho de rogar; sus
primeras señales de vida llegaron marcadas en forma de cruz en el baño de un
estudio de Nueva York, casi tres años después de haberle llamado por primera
vez. Cuando, por fin, empezamos a notar que quería salir a conocer mundo
llegaron los nubarrones. La fuerte tormenta duró varios días pero, como dicen
en una de mis películas favoritas, nunca llueve eternamente. Así que el pasado
viernes salió el sol. Un sol brillante que ilumina nuestras vidas y el camino
que vamos a emprender. Nacho, el viaje no ha sido fácil hasta ahora, pero no se
me ocurre un mejor compañero para reírlo y llorarlo que tú. Contigo las piedras
en el camino son meros guijarros. Tú incluso las conviertes en arena. Y estoy
deseando coger la mochila y empezar este nuevo viaje cogida de tu mano por un
lado y de la de Julio otro. Por kilómetros y kilómetros...
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