miércoles, 19 de enero de 2011

Marrakech


La primera mañana que me despertó el imán con su canto me pareció por un instante tenerte a mi lado… juraría que podía percibir el olor del çai del desayuno… e incluso escuchar tus susurros en mi oído…

Pero no estaba en Estambul. Estaba en Marrakesh… sin ti… o quizá contigo...

Marrakesh me huele a especias y a humo... y a polvo. El color ocre/rojizo de sus casas refleja un atardecer eterno… desde que amanece hasta que se esconde el sol. Es intensa y ruidosa, pero por las noches se repliega en sí misma…, se apaga… yo diría que hasta desaparece, ¿no crees?. Me gustaba pensar que era una ciudad de "quita-y-pon", como la de un cuento. El imán tiene en su canto la llave que abre la ciudad todas las mañanas... y que la cierra al final del día. Después de plegarla la guarda celosamente en una caja de especias, entre la canela y el comino. Y así, a su recaudo, se asegura de que el tiempo se detiene para Marrakesh que, ignorante de esa parálisis temporal, continúa con su vida en el punto exacto donde la dejó la noche anterior...



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