lunes, 21 de enero de 2019

Eclipse de luna de sangre


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La luna ejerce extraños influjos teñidos de rojo y fuego. Arrastra los vientos del norte y disipa las nieblas mentales. La noche es larga y fría pero mis deseos calientan el corazón. La conciencia trabaja sin descanso para convertir la energía en palabra y la palabra en impulso. En búsqueda de la transformación. Las fases se suceden pero yo sigo en la cara oculta, invariable, moviéndome entre las sombras. Intento ser ajena a la luz del sol que estalla sobre el mar de la serenidad pero es tan fuerte que atraviesa el cráter y se dispara por mis ojos iluminando mis miedos y dejándome sola frente a ellos. Estoy expuesta y expectante. Me dejo inundar por la fuerza del astro que avanza, lento pero seguro, arrasando toda la superficie. El sol insiste disparando su cañón, directo y sin piedad, mientras la luna llora ríos de sangre y lava que me abrasan el entendimiento. Nunca estuvieron tan juntos. Nunca se tocaron tanto. Las señales que dejó el impacto de los cuerpos celestes cobran vida a medida que su sombra se desplaza por las cavidades, creando figuras imaginarias y expresiones cambiantes. Poco a poco disminuye la potencia, va pasando de largo y le dedica las últimas caricias de amante que se despide hasta el próximo eclipse. Yo vuelvo a recuperar mis tinieblas pero descubro que mi órbita ha cambiado. La luna sigue su camino mirando fijamente a la tierra mientras yo me alejo en busca del calor que sentí una vez y que arde para siempre en mi recuerdo.
La noche es larga y transformadora. Mi paso firme y sólido. 
La luna ejerce extraños influjos que se contradicen.

Y no hay quien descifre.

miércoles, 16 de enero de 2019

Los rayos del sol


El sol me abrasa la piel, pero yo me dejo querer. Porque quizá sea el único que me toque hoy. Y porque no le temo a las quemaduras, tengo la piel curtida.

Sus rayos juegan a hacerme cosquillas, como unos dedos nerviosos que se quieren colar por debajo de la ropa. A veces se vuelven un poco insistentes y se empeñan en encontrar los rincones más inaccesibles, elevan la intensidad y se enfadan. Me hacen daño. Yo me revuelvo y les cierro el camino. Como castigo apuntan a mis ojos y me ciegan. Tengo que cerrarlos y noto el calor atravesando los párpados. Se ríen por su victoria. Pero lo cierto es que yo lo encuentro agradable y me quedo un rato quieta. Disfrutando.

Pero ellos son unos cachorrillos y se cansan pronto. Quieren seguir jugando, así que se escabullen rápido y empiezan a recorrerme el cuerpo con un poco de rabia. Allí donde la piel es algo más fina se sienten como un pellizco, un pequeño calambre. Me ponen la piel de gallina. Han conseguido atravesar la ropa, son obstinados y sus esfuerzos acaban dando resultado.

La temperatura se eleva, ellos no cesan en su empeño, empiezo a ahogarme un poco. Qué calor. Quiero que paren ya pero no se rinden fácilmente y continúan su recorrido, pellizcando, quemando, acariciando mis brazos, mi cuello, sin descanso. Suben la intensidad. Me sobra la ropa y el aire se hace irrespirable...
Así que decido que ya he tenido suficiente por hoy, no quiero jugar más.

Cierro la persiana y se hace la oscuridad. Gané.
...
...
Ahora hace frío y no veo los colores del cielo.
Me temo que han ganado ellos.
Maldita sea.