
La luna ejerce extraños influjos teñidos de rojo y fuego. Arrastra
los vientos del norte y disipa las nieblas mentales. La noche es larga y fría
pero mis deseos calientan el corazón. La conciencia trabaja sin descanso para
convertir la energía en palabra y la palabra en impulso. En búsqueda de la
transformación. Las fases se suceden pero yo sigo en la cara oculta,
invariable, moviéndome entre las sombras. Intento ser ajena a la luz del sol
que estalla sobre el mar de la serenidad pero es tan fuerte que atraviesa el
cráter y se dispara por mis ojos iluminando mis miedos y dejándome sola frente
a ellos. Estoy expuesta y expectante. Me dejo inundar por la fuerza del astro
que avanza, lento pero seguro, arrasando toda la superficie. El sol insiste
disparando su cañón, directo y sin piedad, mientras la luna llora ríos de
sangre y lava que me abrasan el entendimiento. Nunca estuvieron tan juntos.
Nunca se tocaron tanto. Las señales que dejó el impacto de los cuerpos
celestes cobran vida a medida que su sombra se desplaza por las cavidades,
creando figuras imaginarias y expresiones cambiantes. Poco a poco disminuye la
potencia, va pasando de largo y le dedica las últimas caricias de amante que se
despide hasta el próximo eclipse. Yo vuelvo a recuperar mis tinieblas pero
descubro que mi órbita ha cambiado. La luna sigue su camino mirando fijamente a
la tierra mientras yo me alejo en busca del calor que sentí una vez y que arde
para siempre en mi recuerdo.
La noche es larga y transformadora. Mi paso firme y sólido. 
La
luna ejerce extraños influjos que se contradicen. 
Y no hay quien descifre.
Y no hay quien descifre.
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