Lo bueno de ser una mujer pájaro es que llego volando a cualquier parte. Despliego mis potentes alas, cierro los ojos y las corrientes me marcan la dirección. A veces me gusta rebelarme e ir con el viento de cara. Cuesta mucho más, claro, pero el esfuerzo merece la pena porque acabo en lugares alucinantes. En sitios donde no ha estado nadie antes, que se extienden ante mis ojos sólo para mí, deshabitados, vírgenes. En todo su esplendor.
Me gusta ser una mujer pájaro porque huyo muy rápido de lo que me hiere. En tan solo un instante me encuentro volando a cientos de metros por encima de aquello que quiero alejar de mí. Y cuando miro los problemas desde lejos éstos se hacen chiquitos. Tanto que dejan de importarme. Porque ya ni los veo. Y a medida que asciendo las personas se van haciendo cada vez más pequeñas, y yo cada vez más grande... Y me siento la reina del mundo. Como un águila imperial. Majestuosa. Poderosa.
Adoro ser una mujer pájaro. Sentir el viento frío en la piel me despierta los sentidos. Me pone la piel de gallina. Me agudiza la vista. Me hace gritar de placer. Me llena el espíritu. Me da vida. Volar me hace libre.
Pero lo mejor de ser una mujer pájaro es que puedo llegar a tus brazos en un solo batir de alas. Y es que me sé el camino de memoria a tu nido. Porque tengo tus ojos grabados en mi rumbo fijo. Y porque aunque quiera volar lejos, sabes que siempre acabo volviendo a casa.
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