No me gustan los martes, pero contigo parecen miércoles. Algunos días, si además de tu sonrisa sale el sol, incluso podrían pasar por jueves. Y si no estás, voy a esconderme a ese lugar donde sólo se escuchan las ramas de los árboles meciéndose a merced del viento y donde los pájaros detienen su vuelo. Ese rincón con olor a flores y a recuerdos. Me siento bajo el roble y dejo pasar la vida intentando no pensar en nada, sólo atenta a mi respiración y al corretear de las ardillas. Pero sabes que eso me cuesta mucho. Incluso los martes. Y es que mi mente bulliciosa no entiende de calendarios. Por si acaso siempre llevo conmigo un libro, ya sabes que me ayuda a enfocar la mente. Pero nunca lo abro. Me gusta tenerlo ahí, por si lo necesito, como un plan b. Lo miro, lo acaricio, paso alguna hoja con curiosidad y mimo. Pero luego levanto la vista, respiro hondo y decido que no quiero perdérmelo. No quiero perder ni un instante de esa maravillosa quietud. Mi corazón está en calma. El zumbido de las abejas me adormece. Cierro los ojos y puedo sentir la paz...
No me gustan los martes. Así que siempre que puedo me escondo en mi bosque a esperar que pasen las horas y el sol anuncie la llegada de un nuevo día. Y de tu vuelta a casa.
martes, 10 de diciembre de 2019
jueves, 21 de noviembre de 2019
Mujer pájaro
Lo bueno de ser una mujer pájaro es que llego volando a cualquier parte. Despliego mis potentes alas, cierro los ojos y las corrientes me marcan la dirección. A veces me gusta rebelarme e ir con el viento de cara. Cuesta mucho más, claro, pero el esfuerzo merece la pena porque acabo en lugares alucinantes. En sitios donde no ha estado nadie antes, que se extienden ante mis ojos sólo para mí, deshabitados, vírgenes. En todo su esplendor.
Me gusta ser una mujer pájaro porque huyo muy rápido de lo que me hiere. En tan solo un instante me encuentro volando a cientos de metros por encima de aquello que quiero alejar de mí. Y cuando miro los problemas desde lejos éstos se hacen chiquitos. Tanto que dejan de importarme. Porque ya ni los veo. Y a medida que asciendo las personas se van haciendo cada vez más pequeñas, y yo cada vez más grande... Y me siento la reina del mundo. Como un águila imperial. Majestuosa. Poderosa.
Adoro ser una mujer pájaro. Sentir el viento frío en la piel me despierta los sentidos. Me pone la piel de gallina. Me agudiza la vista. Me hace gritar de placer. Me llena el espíritu. Me da vida. Volar me hace libre.
Pero lo mejor de ser una mujer pájaro es que puedo llegar a tus brazos en un solo batir de alas. Y es que me sé el camino de memoria a tu nido. Porque tengo tus ojos grabados en mi rumbo fijo. Y porque aunque quiera volar lejos, sabes que siempre acabo volviendo a casa.
Me gusta ser una mujer pájaro porque huyo muy rápido de lo que me hiere. En tan solo un instante me encuentro volando a cientos de metros por encima de aquello que quiero alejar de mí. Y cuando miro los problemas desde lejos éstos se hacen chiquitos. Tanto que dejan de importarme. Porque ya ni los veo. Y a medida que asciendo las personas se van haciendo cada vez más pequeñas, y yo cada vez más grande... Y me siento la reina del mundo. Como un águila imperial. Majestuosa. Poderosa.
Adoro ser una mujer pájaro. Sentir el viento frío en la piel me despierta los sentidos. Me pone la piel de gallina. Me agudiza la vista. Me hace gritar de placer. Me llena el espíritu. Me da vida. Volar me hace libre.
Pero lo mejor de ser una mujer pájaro es que puedo llegar a tus brazos en un solo batir de alas. Y es que me sé el camino de memoria a tu nido. Porque tengo tus ojos grabados en mi rumbo fijo. Y porque aunque quiera volar lejos, sabes que siempre acabo volviendo a casa.
lunes, 21 de enero de 2019
Eclipse de luna de sangre

La luna ejerce extraños influjos teñidos de rojo y fuego. Arrastra
los vientos del norte y disipa las nieblas mentales. La noche es larga y fría
pero mis deseos calientan el corazón. La conciencia trabaja sin descanso para
convertir la energía en palabra y la palabra en impulso. En búsqueda de la
transformación. Las fases se suceden pero yo sigo en la cara oculta,
invariable, moviéndome entre las sombras. Intento ser ajena a la luz del sol
que estalla sobre el mar de la serenidad pero es tan fuerte que atraviesa el
cráter y se dispara por mis ojos iluminando mis miedos y dejándome sola frente
a ellos. Estoy expuesta y expectante. Me dejo inundar por la fuerza del astro
que avanza, lento pero seguro, arrasando toda la superficie. El sol insiste
disparando su cañón, directo y sin piedad, mientras la luna llora ríos de
sangre y lava que me abrasan el entendimiento. Nunca estuvieron tan juntos.
Nunca se tocaron tanto. Las señales que dejó el impacto de los cuerpos
celestes cobran vida a medida que su sombra se desplaza por las cavidades,
creando figuras imaginarias y expresiones cambiantes. Poco a poco disminuye la
potencia, va pasando de largo y le dedica las últimas caricias de amante que se
despide hasta el próximo eclipse. Yo vuelvo a recuperar mis tinieblas pero
descubro que mi órbita ha cambiado. La luna sigue su camino mirando fijamente a
la tierra mientras yo me alejo en busca del calor que sentí una vez y que arde
para siempre en mi recuerdo.
La noche es larga y transformadora. Mi paso firme y sólido. 
La
luna ejerce extraños influjos que se contradicen. 
Y no hay quien descifre.
Y no hay quien descifre.
miércoles, 16 de enero de 2019
Los rayos del sol
El sol me abrasa la
piel, pero yo me dejo querer. Porque quizá sea el único que me toque hoy. Y
porque no le temo a las quemaduras, tengo la piel curtida. 
Sus rayos juegan a
hacerme cosquillas, como unos dedos nerviosos que se quieren colar por debajo
de la ropa. A veces se vuelven un poco insistentes y se empeñan en encontrar
los rincones más inaccesibles, elevan la intensidad y se enfadan. Me hacen
daño. Yo me revuelvo y les cierro el camino. Como castigo apuntan a mis ojos y
me ciegan. Tengo que cerrarlos y noto el calor atravesando los párpados. Se
ríen por su victoria. Pero lo cierto es que yo lo encuentro agradable y me
quedo un rato quieta. Disfrutando. 
Pero ellos son unos
cachorrillos y se cansan pronto. Quieren seguir jugando, así que se escabullen
rápido y empiezan a recorrerme el cuerpo con un poco de rabia. Allí donde la
piel es algo más fina se sienten como un pellizco, un pequeño calambre. Me
ponen la piel de gallina. Han conseguido atravesar la ropa, son obstinados y
sus esfuerzos acaban dando resultado. 
La temperatura se eleva,
ellos no cesan en su empeño, empiezo a ahogarme un poco. Qué calor. Quiero que
paren ya pero no se rinden fácilmente y continúan su recorrido, pellizcando,
quemando, acariciando mis brazos, mi cuello, sin descanso. Suben la intensidad.
Me sobra la ropa y el aire se hace irrespirable... 
Así que decido que ya he
tenido suficiente por hoy, no quiero jugar más. 
Cierro la persiana y se
hace la oscuridad. Gané. 
... 
... 
Ahora hace frío y no veo
los colores del cielo. 
Me temo que han ganado
ellos. 
Maldita sea. 
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