martes, 10 de diciembre de 2019

Martes

No me gustan los martes, pero contigo parecen miércoles. Algunos días, si además de tu sonrisa sale el sol, incluso podrían pasar por jueves. Y si no estás, voy a esconderme a ese lugar donde sólo se escuchan las ramas de los árboles meciéndose a merced del viento y donde los pájaros detienen su vuelo. Ese rincón con olor a flores y a recuerdos. Me siento bajo el roble y dejo pasar la vida intentando no pensar en nada, sólo atenta a mi respiración y al corretear de las ardillas. Pero sabes que eso me cuesta mucho. Incluso los martes. Y es que mi mente bulliciosa no entiende de calendarios. Por si acaso siempre llevo conmigo un libro, ya sabes que me ayuda a enfocar la mente. Pero nunca lo abro. Me gusta tenerlo ahí, por si lo necesito, como un plan b. Lo miro, lo acaricio, paso alguna hoja con curiosidad y mimo. Pero luego levanto la vista, respiro hondo y decido que no quiero perdérmelo. No quiero perder ni un instante de esa maravillosa quietud. Mi corazón está en calma. El zumbido de las abejas me adormece. Cierro los ojos y puedo sentir la paz...

No me gustan los martes. Así que siempre que puedo me escondo en mi bosque a esperar que pasen las horas y el sol anuncie la llegada de un nuevo día. Y de tu vuelta a casa.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Mujer pájaro

Lo bueno de ser una mujer pájaro es que llego volando a cualquier parte. Despliego mis potentes alas, cierro los ojos y las corrientes me marcan la dirección. A veces me gusta rebelarme e ir con el viento de cara. Cuesta mucho más, claro, pero el esfuerzo merece la pena porque acabo en lugares alucinantes. En sitios donde no ha estado nadie antes, que se extienden ante mis ojos sólo para mí, deshabitados, vírgenes. En todo su esplendor.

Me gusta ser una mujer pájaro porque huyo muy rápido de lo que me hiere. En tan solo un instante me encuentro volando a cientos de metros por encima de aquello que quiero alejar de mí. Y cuando miro los problemas desde lejos éstos se hacen chiquitos. Tanto que dejan de importarme. Porque ya ni los veo. Y a medida que asciendo las personas se van haciendo cada vez más pequeñas, y yo cada vez más grande... Y me siento la reina del mundo. Como un águila imperial. Majestuosa. Poderosa.

Adoro ser una mujer pájaro. Sentir el viento frío en la piel me despierta los sentidos. Me pone la piel de gallina. Me agudiza la vista. Me hace gritar de placer. Me llena el espíritu. Me da vida. Volar me hace libre.

Pero lo mejor de ser una mujer pájaro es que puedo llegar a tus brazos en un solo batir de alas. Y es que me sé el camino de memoria a tu nido. Porque tengo tus ojos grabados en mi rumbo fijo. Y porque aunque quiera volar lejos, sabes que siempre acabo volviendo a casa.

lunes, 21 de enero de 2019

Eclipse de luna de sangre


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La luna ejerce extraños influjos teñidos de rojo y fuego. Arrastra los vientos del norte y disipa las nieblas mentales. La noche es larga y fría pero mis deseos calientan el corazón. La conciencia trabaja sin descanso para convertir la energía en palabra y la palabra en impulso. En búsqueda de la transformación. Las fases se suceden pero yo sigo en la cara oculta, invariable, moviéndome entre las sombras. Intento ser ajena a la luz del sol que estalla sobre el mar de la serenidad pero es tan fuerte que atraviesa el cráter y se dispara por mis ojos iluminando mis miedos y dejándome sola frente a ellos. Estoy expuesta y expectante. Me dejo inundar por la fuerza del astro que avanza, lento pero seguro, arrasando toda la superficie. El sol insiste disparando su cañón, directo y sin piedad, mientras la luna llora ríos de sangre y lava que me abrasan el entendimiento. Nunca estuvieron tan juntos. Nunca se tocaron tanto. Las señales que dejó el impacto de los cuerpos celestes cobran vida a medida que su sombra se desplaza por las cavidades, creando figuras imaginarias y expresiones cambiantes. Poco a poco disminuye la potencia, va pasando de largo y le dedica las últimas caricias de amante que se despide hasta el próximo eclipse. Yo vuelvo a recuperar mis tinieblas pero descubro que mi órbita ha cambiado. La luna sigue su camino mirando fijamente a la tierra mientras yo me alejo en busca del calor que sentí una vez y que arde para siempre en mi recuerdo.
La noche es larga y transformadora. Mi paso firme y sólido. 
La luna ejerce extraños influjos que se contradicen.

Y no hay quien descifre.

miércoles, 16 de enero de 2019

Los rayos del sol


El sol me abrasa la piel, pero yo me dejo querer. Porque quizá sea el único que me toque hoy. Y porque no le temo a las quemaduras, tengo la piel curtida.

Sus rayos juegan a hacerme cosquillas, como unos dedos nerviosos que se quieren colar por debajo de la ropa. A veces se vuelven un poco insistentes y se empeñan en encontrar los rincones más inaccesibles, elevan la intensidad y se enfadan. Me hacen daño. Yo me revuelvo y les cierro el camino. Como castigo apuntan a mis ojos y me ciegan. Tengo que cerrarlos y noto el calor atravesando los párpados. Se ríen por su victoria. Pero lo cierto es que yo lo encuentro agradable y me quedo un rato quieta. Disfrutando.

Pero ellos son unos cachorrillos y se cansan pronto. Quieren seguir jugando, así que se escabullen rápido y empiezan a recorrerme el cuerpo con un poco de rabia. Allí donde la piel es algo más fina se sienten como un pellizco, un pequeño calambre. Me ponen la piel de gallina. Han conseguido atravesar la ropa, son obstinados y sus esfuerzos acaban dando resultado.

La temperatura se eleva, ellos no cesan en su empeño, empiezo a ahogarme un poco. Qué calor. Quiero que paren ya pero no se rinden fácilmente y continúan su recorrido, pellizcando, quemando, acariciando mis brazos, mi cuello, sin descanso. Suben la intensidad. Me sobra la ropa y el aire se hace irrespirable...
Así que decido que ya he tenido suficiente por hoy, no quiero jugar más.

Cierro la persiana y se hace la oscuridad. Gané.
...
...
Ahora hace frío y no veo los colores del cielo.
Me temo que han ganado ellos.
Maldita sea.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Partitura


Noches de concierto, de magia y suspiros. Noches de música que calienta el alma y el corazón. Que remienda descosidos y juega malabares con piruetas de pasión. Voces que alborotan los sentidos. Cuerdas que deshacen el sudor, que resquebrajan con aullidos de cuerpos encendidos los restos de tu vestido y el poso de tu olor. El ritmo del tambor bombeando notas de latido y acelerando tu respiración. Tu boca en mi canción. Inspiro. Mi mano en el límite de tu razón. Tu vello estremecido bailando mi susurro jadeado en el balcón de tu oído. Roces furtivos. Gemidos de fusión. Armonía de perfección. Abrazos exaltados, redoble de timbales y un espasmo agradecido, húmedo y abrasivo. Segundos de confusión. Recupero el sentido confundido por la melodía de tu seducción.

Noches de concierto y de partitura para dos.
En eterna ejecución.

sábado, 3 de noviembre de 2018

El Libro


Ese momento en el que acabas un libro y se hace el vacío en tu vida...

Y respiras profundamente con una mezcla entre satisfacción y tristeza. Y sabes que vas a echar terriblemente de menos a sus personajes... Y sientes que lo has leído demasiado rápido, porque se te ha hecho corto. Y porque podrías haberlo saboreado un poco más... Y te cuesta abrir otro porque piensas que de alguna manera le estás traicionando. Que quizás es demasiado pronto, que deberías darte más tiempo... Y tienes la certeza de que el próximo no va a ser tan bueno seguro. Y te da hasta un poco de pereza empezar otra vez de cero. Otra historia, otro lugar, otras personas...

Pero un día abres otro. Y se obra el milagro de nuevo...

domingo, 23 de septiembre de 2018

Equinoccio de otoño


¡¡Feliz equinoccio de otoño!!. Hoy el día y la noche duran exactamente lo mismo, y eso ocurre solo dos veces al año. Es tiempo de equilibrio..., búscalo en ti, no puede haber momento más propicio.
A partir de hoy iremos perdiendo unos tres minutos de luz al día, así que aprovéchala bien, mueve el culo, sal, camina, corre, siéntate a la orilla del río a leer un libro o baila sobre la hierba.

En Japón el equinoccio de otoño es un día festivo de origen religioso. Y es que en la tradición budista se cree que durante los equinoccios, y a lo largo de siete días, las almas de los difuntos pueden cruzar el río que separa este mundo (Shigan, 此岸) del más allá (Higan, 彼岸), para alcanzar el paraíso eterno y encontrarse con los suyos.

A lo largo de todo el otoño Marte y Saturno serán visibles después de la puesta de sol, y podremos disfrutar de tres lluvias de estrellas: las Dracónidas, las Leónidas y las Gemínidas.

Es tiempo de cosecha, de noches frías y largas, de equilibrio, de almas cruzando ríos y de lluvias de estrellas en el firmamento. Que las diosas y los dioses os sean propicios.

martes, 20 de marzo de 2018

Equinoccio de primavera


Feliz equinoccio de primavera. Hoy el día y la noche duran lo mismo... es el día del equilibrio, del balance, de lxs iguales. Las fuerzas se equiparan y las energías se complementan. A partir de mañana el rey sol nos acompañará durante más de la mitad del día. La tierra despertará de su letargo invernal y comenzará a florecer. Que la luz nos inunde a todxs y nos haga renacer.

jueves, 8 de marzo de 2018

8-M


Hoy he estado en la manifestación. Luego me he quedado a tomar una caña. Hacía bueno y tenía las piernas entumecidas tras estar mucho tiempo de pie parada y me apetecía caminar. Pero no lo he hecho. Tengo una media hora hasta casa, y la mitad del camino transcurre por una zona residencial, con poco movimiento. Jueves, casi las 11 de la noche. Lo he pensado. No he vuelto andando. Feminazis, bla, bla, bla, exageradas, bla, bla, bla, aquí hay igualdad, bla, bla, bla, las de los países árabes, esas sí que están mal, bla, bla, bla, de qué os quejáis, bla, bla, bla, las privilegiadas sois vosotras, bla, bla, bla, denuncias falsas, bla, bla, bla... Ya. Bla, bla, bla. Pero yo no he vuelto andando. Y seguramente lo habría hecho si hubiera tenido pene. QUIERO SER LIBRE, NO VALIENTE. Buenas y feministas noches a todas. Y a todos.

jueves, 3 de agosto de 2017

Un año del milagro


Hoy hace un año ya estaba con contracciones, feliz porque iba a verte pronto. Si llego a saber que aún me quedaba hasta pasado mañana y todo lo que iba a pasar en esas interminables 36 horas (38 hasta que pude tenerte en brazos)... Las mujeres estamos hechas de una pasta especial. Cuando acabó todo (y empezó la larga recuperación de la maldita cesárea) dije que me pondría un monumento. Y no me lo he puesto aún, porque aún no he cerrado mis heridas. Pero me lo pondré. Vaya si me lo pondré. Mira que me lo has puesto difícil desde el principio, mamoncete. Desde muy al principio. Y mira que te quiero que me explota el corazón...

domingo, 7 de agosto de 2016

Milagro


Julio llegó en agosto. Siempre se ha hecho de rogar; sus primeras señales de vida llegaron marcadas en forma de cruz en el baño de un estudio de Nueva York, casi tres años después de haberle llamado por primera vez. Cuando, por fin, empezamos a notar que quería salir a conocer mundo llegaron los nubarrones. La fuerte tormenta duró varios días pero, como dicen en una de mis películas favoritas, nunca llueve eternamente. Así que el pasado viernes salió el sol. Un sol brillante que ilumina nuestras vidas y el camino que vamos a emprender. Nacho, el viaje no ha sido fácil hasta ahora, pero no se me ocurre un mejor compañero para reírlo y llorarlo que tú. Contigo las piedras en el camino son meros guijarros. Tú incluso las conviertes en arena. Y estoy deseando coger la mochila y empezar este nuevo viaje cogida de tu mano por un lado y de la de Julio otro. Por kilómetros y kilómetros...

jueves, 28 de abril de 2016

Otegi


Me pregunto cuántas de esas personas que defienden a Otegi como un "agente de paz" (se me revuelven las entrañas solo de pensarlo) se encontraban en aquellas multitudinarias manifestaciones para protestar por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, de rodillas, con los brazos por detrás de la cabeza, gritando: "ETA, dispara, aquí tienes mi nuca". Cuántas de ellas se reunían todos los miércoles de 20:15 a 20:30 frente al ayuntamiento de Burgos para pedir la liberación de José Antonio Ortega Lara durante el casi año y medio que duró su abominable secuestro, todos y cada uno de los 76 miércoles que pasaron, lloviera o nevara... Es imposible que sean alguna de esas personas que se horrorizaban, lloraban y gritaban BASTA YA cada vez que ETA mataba. Y si lo son, si son alguna de ellas, entonces tienen graves problemas de memoria. Y de respeto por las víctimas también. Que se lo hagan mirar.

Otegi ha cumplido su condena y tiene que salir a la calle, lo acepto y de alguna manera agradezco que todoxs los ciudadanxs podamos disfrutar de las garantías judiciales que nos da un estado democrático. Pero no soporto verle reírse de todas las personas de bien y encima apoyado por un líder político con más de 5 millones de votos. Otegi, has cumplido tu condena, ahora vete a tu casa y déjanos en PAZ (paz de verdad, no la que tú pretendes), cierra tu monstruosa boca que solo sabe escupir odio y provocar más dolor...

viernes, 16 de enero de 2015

Querido Sr. Bolinaga

Querido Sr. Bolinaga,

Se me han hecho muy largos estos dos años y medio. Y eso que dijeron lxs médicxs que sería cuestión de meses. Ya ve, lleva usted viviendo libre desde agosto de 2012 gracias a la humanidad del estado de derecho que tanto despreciaba. ¡Qué paradoja!. Supongo que su grave enfermedad le habrá causado varias molestias durante este periodo de libertad no merecida (porque usted sabe tan bien como yo que lo que merecía era pudrirse en la cárcel hasta que sus huesos se desintegraran y se convirtieran en polvo), pero, ¡qué demonios!, era usted libre al fin y al cabo.

Pues sí se me ha hecho largo, sí. Aunque sospecho que no tanto como los 542 días que tuvo usted encerrado como un animal a mi paisano Ortega Lara, sin ver la luz del sol, sin saber qué día le tocaba morir y sin entender qué pecado tan grave había cometido para ser juzgado tan severamente. Ni tan largo como los años que llevan sin sus seres queridos las familias de los guardias civiles que usted asesinó.

Es usted un monstruo y deseo que, allá donde esté usted ahora (espero lo más lejos de mí que se pueda), exista otro tipo de justicia, menos “humanitaria”, que se esté encargando de juzgarle como lo que es, una maldita alimaña.

Llevaba dos años y medio deseando su muerte con todas mis fuerzas. Así que, no sé usted, pero yo hoy dormiré un poco más tranquila. Porque hay un demonio menos en el mundo.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Año nuevo, vida nueva

Cualquiera que me conoce bien sabe que la navidad no me gusta. Pero nada de nada. No tengo nada particular en su contra ni mucho menos en contra de las personas que sí la disfrutan, pero no puedo evitarlo. Me pone muy triste. Desde que oigo la primera mención a la navidad allá por octubre-noviembre y empiezo a ver la decoración en los escaparates se me pone un nudo en la garganta y solo deseo que pasen estas fechas pronto.

Pero ocurre que justo en medio de estas "entrañables" fiestas se encuentra uno de los momentos mágicos de la vida... el cambio de año. Me encanta cambiar de año. Me emociona, me llena de energía, me eleva, me alivia. Me gusta pensar que pasar de un año a otro es una nueva oportunidad que nos da la vida para mejorar. Para cerrar páginas y abrir otras nuevas. Para alejar las malas vibraciones (que pueden tomar la forma de alimentos, personas, hábitos, trabajo, creencias...) y atraer las buenas. Me siento enormemente afortunada de poder hacer este ejercicio tan sano cada 12 meses (y es que la vida, que es muy generosa, nos da muuuuchas oportunidades) y lo hago siempre con muchísima ilusión. Miro hacia atrás (solo un rato, no vaya a ser que me quede bloqueada en el pasado), y repaso qué me ha traído este año que termina. Le doy las gracias por todo lo bueno, pero también por lo malo, que me ayuda a seguir evolucionando y a saber cada vez con más certeza lo que quiero y, sobre todo, lo que no quiero en mi vida.

Con el fin de año mueren esas lágrimas y esas frustraciones, se van esos malos pensamientos y esas falsas creencias, desaparecen las malas energías y se alejan las personas tóxicas. Con el eco de la última campanada todo se vuelve blanco, una hoja de papel en la que comienzas a escribir el relato del resto de tu vida. Solo tú decides qué palabras compondrán ese texto y qué recursos literarios usarás. Sí, claro, puede que a mitad del escrito te quedes sin tinta, o una de las teclas decida que ya no quiere marcar esa letra, o que se haga de noche y no puedas ver lo que estás escribiendo. Es cierto que tendrás que hacer frente a esos pequeños contratiempos que se escapan de tu control. Pero no te equivoques. Puedes seguir escribiendo a mano, puedes buscar sinónimos para evitar el uso de la letra bloqueada o puedes encender una vela. Solo tú tienes el poder de continuar con el escrito, y solo tú decides qué viene después de la última palabra...

Comenzar un año es volver a nacer. Es volver a elegir con quién quieres hacer este viaje. Es volver a diseñar tu vida a tu gusto. Es un momento verdaderamente mágico. ¿Notas ya la energía?, se está acercando... viene el nuevo año haciéndose un hueco con vehemencia y paso firme, luchando por estar el primero en la línea de salida, lleno de emociones, sonrisas, abrazos y sorpresas... ya no quedan más que horas. Aprovecha para repasar el relato que comenzaste hace 12 meses. Y si no te gusta, rómpelo, quémalo. Porque dentro de un rato tendrás ante ti un folio en blanco y un lápiz en la mano, y podrás reescribirlo de nuevo.

Escribe la historia que quieres leer.

Para que dentro de un año no tengas que romper la hoja y volver a empezar, sino que puedas, simplemente, continuar escribiendo la página siguiente de tu apasionante biografía...

Feliz Año Nuevo. Feliz Vida Nueva.


martes, 24 de junio de 2014

De viaje



Pocas cosas me resultan tan satisfactorias como preparar un viaje… La persona que crea que el viaje comienza cuando pasas por la puerta de embarque no podría estar más equivocada. El viaje comienza mucho tiempo antes. Antes incluso de que te sientes delante del ordenador para adquirir el billete de avión. Antes incluso de fijar las fechas de las vacaciones.

Mi viaje comienza cuando, estando aún volviendo del anterior, ya estoy pensando en cuándo y dónde será el próximo. Ese ya casi ritual para mí tiene varios significados. Por un lado, mitigo el duelo producido por la vuelta del viaje. Da igual en qué condiciones lo haya hecho, da igual cómo haya salido todo, si el tiempo ha sido clemente o no, si el transporte público o la carga de la mochila me ha provocado alguna molesta contractura… da igual. Siempre paso un pequeño proceso de duelo. Porque una parte de mí se queda en aquellos caminos y en aquellas gentes, en cada nuevo sabor y en cada amanecer. Y desprenderse de una parte de una misma duele, a veces, un poquito. Y otras veces mucho. Todo depende de la intensidad de la mirada de aquel vendedor de cacahuetes, de la difícilmente olvidable vista desde la cima de aquella montaña. Depende de cuánto se me ha agarrado el país. Algunos países se agarran a todos mis sentidos, a mi olfato, a mi tacto, a mi vista… se agarran tan fuerte que en el difícil intento de desprenderme de ellos para poder emprender el camino de vuelta, se llevan pedazos de mi piel en sus garras. Y algunos se han agarrado tan, tan hondo, que incluso se han quedado con parte de mi corazón. Y así, sangrando y malherida, me encuentro de nuevo en la puerta de embarque…

Por otro lado, estar planeando ya el próximo destino cuando ni siquiera he sacado la tarjeta de fotos de la cámara me permite vivir en la ilusión de caminar mi vida sobre un continuo de viaje… Me gusta pensar que el viaje no ha acabado, que solo estoy haciendo un transbordo. Mientras lavo las cicatrices que las garras del último viaje me han dejado, ya estoy imaginando los paisajes del siguiente. Sí, tengo que ir a trabajar y durante un tiempo me veo atrapada en la rutina, pero yo lo veo más como una pequeña parada de avituallamiento. Necesaria para curar las heridas y coger fuerzas para las que vengan. Mientras, el viaje continúa a través de consultas a blogs y guías de viajes, a través de sistemas de reserva y de páginas de turismo. Ya estoy viajando. Escudriñar por la red información sobre una ruta, buscar imágenes y planos de los lugares a visitar, aprender sobre su historia, su lengua, sus costumbres. Ubicarlo en el mundo. Conocer su clima, su alimentación. Saber cómo debo comportarme en determinadas situaciones y qué se espera de mí y de mi forma de vestir. Y, lo más importante, entender por qué. Mirar a través de sus ojos, imaginar lo que voy a encontrarme, lo que va a hacerme sentir… y descubrir después lo equivocada (o acertada) que estaba…

Todo eso también forma parte de mi viaje. Y lo disfruto con el entusiasmo de una niña pequeña el día de los reyes. Con esa mezcla de nerviosismo y de ilusión, contando los días que faltan para volver a preparar las maletas…  

martes, 11 de marzo de 2014

Herida


Hoy hace diez años que comenzó el día como uno más... para terminar siendo uno que habría preferido no tener que recordar nunca. Porque, lo quiera o no, mi mente mantiene vivo cada uno de los momentos que se sucedieron aquel día, y la piel de gallina, y el bloqueo, y los rostros, y el dolor. Y lo mantiene todo vivo como si fuera hoy.

Acudía a trabajar como cada mañana, el primer trayecto en metro. Cuando bajaba del tren en la estación de Plaza de Castilla, alrededor de las ocho de la mañana, los paneles informaban de la interrupción del servicio en la estación de Atocha Renfe. Nada particular.
  
Pero ya sentí que algo no iba bien cuando, al acceder a la superficie para dirigirme al (antiguo) intercambiador de autobuses, observé un gran número de personas hablando por teléfono. No es corriente, o al menos no lo era hace diez años, estar hablando por teléfono a las ocho de la mañana. Y lo hacía bastante gente, mucha más de lo habitual. Sólo me llegaban retales de las conversaciones, nada inteligible, mientras me acercaba a mi parada. Enseguida salí de dudas. Un miembro del personal de la empresa de transportes, de esos que controlaban los accesos por la puerta de atrás, nos dijo (recuerdo sus palabras textualmente): “daos prisa que ha habido un atentado en el metro y parece que hay muertos… a lo mejor cortan las salidas de Madrid”.
  
No podía creerlo. Automáticamente volvió a mi mente el panel informativo del metro “interrumpido el servicio en Atocha Renfe”. No han podido atreverse, no puede ser verdad… . Las noticias eran muy confusas y la gente hacía preguntas al personal del intercambiador. No existían los smartphones por entonces, ni siquiera tenía teléfono móvil todo el mundo… .
  
Teléfono móvil. Previendo un posible colapso de la red (y no me equivoqué), mandé un mensaje a mi familia con las siguientes palabras: “Ha habido atentado en el metro, estoy bien, ya en el bus.”. Durante el trayecto hacia Alcobendas conseguí hablar con una de mis hermanas, que iba escuchando la radio en el coche. Todo era confuso pero parecía que no había sido en el metro, sino en la estación de tren, en la zona de los hangares. Pensé que las víctimas serían trabajadores de Renfe… no tenía sentido… . Ya se preveía una masacre, pero nada remotamente cerca de las terribles dimensiones que tuvo finalmente.
  
A partir de ese momento las líneas telefónicas se colapsaron y no tuve el teléfono operativo hasta bien entrada la mañana. Tuve al menos media hora de trayecto en autobús en la que pararme a reflexionar y tratar de organizar mis sensaciones; mi cabeza era un torbellino de pensamientos y emociones. Qué difícil resulta saber qué debes pensar y qué debes sentir cuando no sabes lo que ha ocurrido aún; la falta de información es desesperante.

A partir de ahí, el caos. El caos en las carreteras, el caos en los hospitales, el caos en los medios de comunicación. Llegué a la oficina, todo el mundo hablaba de ello… aunque sorprendentemente algunxs trataban de continuar con la jornada laboral con normalidad. Imposible concentrarse.
  
En un momento de la mañana recibí un mensaje de otra de mis hermanas. Había leído el que le había mandado yo a primera hora pero había seguido con su rutina en casa: desayunos, niños al cole, etc. Hoy parece extraño, pero hubo un tiempo en el que despertarse con la noticia de un atentado era relativamente habitual. No es que no afectara, no es que no le dieras importancia -todo lo contrario-, simplemente formaba parte de tu vida cotidiana… cada pocas semanas, cada pocos meses. Así que cuando encontró un rato para poner la televisión y enterarse bien de lo que había sucedido ya habían transcurrido algunas horas, y los medios de comunicación habían llegado ya a los lugares del suceso. Se emitían imágenes sin filtro, en directo. Y lo que vio le dejó en estado de shock: un hospital de campaña lleno de personas ensangrentadas, cuerpos, gente vagando sin rumbo, miradas perdidas, personal sanitario al límite… . La llamé desde la oficina y lloraba sin cesar… “no te puedes imaginar lo que estoy viendo… parece una guerra… esto es horrible…”. Estaba desconsolada.
  
Y comienza el terrible recuento. Me acuerdo bien de los titulares que comenzaban con 7 víctimas mortales… que luego eran 11… y un rato después 15…; en una hora y media llegábamos a las 36, 42… y dejé de consultarlo. Hacía ya rato que se sabía el número de bombas y el lugar exacto de las explosiones. Y hacía ya rato que yo había entrado en un estado de confusión del que me costó mucho tiempo salir.

El resto del día transcurrió entre llamadas, correos, mensajes de personas preguntando si me encontraba bien, si mi familia y mis amigxs estaban bien, imágenes de dolor, sentimientos encontrados, sonidos de ambulancias llevando cuerpos a la improvisada morgue de IFEMA... pero ni una sola lágrima. Me encontraba emocionalmente inerte. Era la primera vez en mi vida que me ocurría algo semejante.

Y entonces me percaté de que no era la única a la que le pasaba. A partir del día siguiente observé algo difícil de explicar pero que aún hoy me pone los pelos de punta sólo de recordarlo: Madrid se había quedado mudo. No se oían conversaciones en el metro, ni risas, ni discusiones. En la calle tampoco. Me pareció incluso como si los coches se hubieran unido al duelo y quisieran hacer menos ruido… . Las personas se miraban a los ojos con tristeza, como intentando encontrar una respuesta en los ojos del otro, supongo que tratando de sentir algo de consuelo. Los movimientos eran lentos, sin prisa, sin ganas de ir a ninguna parte, como con la certeza de que llegar no iba a cambiar nada, o con la sensación de no querer (o no poder) seguir adelante. Era un silencio devastador que me rompía el corazón. Esa ciudad siempre tan viva, esa gente tan dinámica… parecía ahora sumida en un espeso sueño, de esos en los que sientes que tu cuerpo pesa terriblemente y no puedes más que arrastrarlo con dificultad. Juraría que los colores iban desapareciendo y la ciudad se llenaba de las diversas tonalidades de gris, y el cielo plomizo caía aplastándonos. Durante los días siguientes al atentado Madrid murió. Le habían herido de muerte en el alma.

Y así pasaban los días y yo no conseguía derramar ninguna lágrima. Ni siquiera durante la multitudinaria manifestación (la más grande que yo recuerdo sin duda) que recorrió las calles para mostrar su repulsa. La incredulidad y la pena habían hecho costra y no tenía manera de romperla. Estaba bloqueada. Tuvo que pasar una semana completa para que tuviera el valor de acercarme a Atocha, a aquel inmenso altar improvisado que lxs viajerxs habían construido para tratar de mitigar su dolor compartiéndolo con lxs demás. Cogí una vela y fui. Sola. Había visto las imágenes, pero lo que me encontré superaba enormemente mis expectativas. Había infinidad de velas, de notas de despedida y de amor, de mensajes, de fotografías de las personas que ya no estaban… . Se podía respirar el dolor, penetraba hasta lo más profundo de los pulmones y se comía el oxígeno. Ocupaba todo el espacio. Se podía oler la angustia, tenía olor a cera y a flores. Se podía beber la desesperación en las lágrimas derramadas por tantas personas en ese mismo lugar. Se podía palpar la tristeza sin necesidad de tocar a la persona que estaba a tu lado, porque eras capaz de sentir su corazón latiendo lento y costoso.

Y por fin ocurrió… rompí a llorar. Lloré por todos los días anteriores de muerte emocional. Lloré con todxs lxs que lloraban a mi lado. Lloré por los rostros de esas fotos y por las personas que había detrás de cada flor y cada mensaje. Lloré con miedo, con rabia, con desesperación y con calma. Lloré sola y lloré acompañada. Lloré con la esperanza de cerrar mi herida. Lloré y lloré y pensaba que no podría parar jamás.

Y lo cierto es que, aunque las lágrimas dejaron de brotar en algún momento, nunca desde entonces he dejado de llorar… porque mi herida aún no se ha cerrado. Y es que a mí, como a Madrid, me hirieron de muerte en el alma.
  
A la ciudad de Madrid.
  

Valladolid, 11 de marzo de 2014

sábado, 3 de diciembre de 2011

Dis-capacidad


Creo que la discapacidad está mal llamada. Para mí se trata más de CAPACIDAD, con mayúsculas, que de discapacidad. CAPACIDAD de adaptación a un terreno lleno de pequeños (o grandes) baches. CAPACIDAD de ser más libres en su silla de ruedas o tras sus ojos borrosos de lo que somos muchxs en nuestras piernas y con nuestra visión a largo plazo. CAPACIDAD de responder con la mejor de sus sonrisas a nuestras miradas condescendientes. CAPACIDAD de lucha, CAPACIDAD de relativizar, CAPACIDAD de exprimir y valorar los momentos, CAPACIDAD de vivir. CAPACIDAD de ser, en definitiva, como cualquier otrx. Y CAPACIDAD de ser diferentes a cualquier otrx. CAPACIDAD de volar, bailar, reír, tocar, jugar, oler, saltar, deslizarse, trepar, soplar, respirar. CAPACIDAD de enseñarnos a sonreír venga lo que venga. CAPACIDAD de superarse. Y de superar a otrxs, ya de paso. CAPACIDAD admirable. Enormemente CAPACITADXS. Feliz día de la (dis)CAPACIDAD a todxs.

martes, 11 de octubre de 2011

¿Cómo te sientes?



Transcurridos casi dos meses desde el diagnóstico, y después de incontables pruebas y visitas al hospital (y aunque debo decir que, con contadas excepciones, el trato por parte del personal ha sido muy cariñoso y amable), me sorprende enormemente que aún nadie, ni una sola persona, haya mirado a los ojos a mi madre y le haya preguntado: Montse, ¿cómo te sientes?.


Creo que es de todos conocido el impacto psicológico que tiene la tan temida palabra cáncer, incluso aunque el diagnóstico inicial sea muy optimista.


Cáncer… y un escalofrío te recorre el cuerpo. Y de pronto se cierra el acceso al camino recto y luminoso que estabas recorriendo y te obligan a torcer por uno mucho más tortuoso, oscuro, lleno de baches y curvas y donde la visibilidad no alcanza más allá de los siguientes dos o tres pasos. Y comienzas a andar… tú sola. Porque estás rodeada de gente dispuesta a ayudarte y a caminar contigo, pero lo cierto es que ellos lo hacen mirando desde el camino recto por el que ibas antes, mientras tú lo haces sola por el tuyo, con dificultad para seguir el ritmo de sus pasos.

Me imagino que se pasará por momentos de confusión, de rabia, de optimismo, de tristeza, de fuerza… y no comprendo cómo nadie le ha preguntado aún cómo está. Cómo se siente.

¿Siguen teniendo la medicina tradicional y sus profesionales mentes aún tan cerradas que no creen en la capacidad de las personas de la auto-sanación a través de su estado emocional?. ¿Siguen relegando a la psicología o cualquier otra terapia conductual/emocional (llamémosle reiki, meditación, relajación, risoterapia, o lo que sea) no ya a un segundo plano, sino a un rincón oscuro y sin acceso?.

Comprendo el trabajo de los médicos de la salud pública (que, por cierto, es muy bueno en este país) y valoro la dificultad de atender siempre muchos más pacientes de los que se es capaz… Entiendo la falta de recursos y el recorte de gastos en tiempos económicamente complicados. Acepto esa situación y aplaudo el esfuerzo de, aún con todo eso, trabajar con una sonrisa. Pero no logro entender por qué se empieza siempre la consulta o la prueba de turno con edad, peso, antecedentes familiares o alergias, y nunca, nunca jamás, en ninguna ocasión, con una mirada a los ojos y un: Montse, ¿cómo te sientes?.

El enfermo es, antes que nada, una persona. No es sólo un cuerpo que porta células cancerígenas. Es una persona que llora, ríe, siente… y cuyo cuerpo está enfermo. Mi sensación hasta ahora es que, aunque la intención de los médicos y demás personal sanitario es, sin duda, curar a mi madre, se olvidan precisamente de lo más importante: mi madre.

¿Cómo es que en pleno siglo XXI no se incluya en el proceso una entrevista con un psicólogo?. ¿O aunque fuera un servicio de atención psicológica telefónica al cual acudir cuando no sepas cómo dar el siguiente paso?. ¿Cómo puede ser que no te den consejos sobre tu vida durante este tiempo?, ¿que no te propongan algún tipo de dieta que favorece tu lucha contra la enfermedad?, ¿que no te recomienden hacer ejercicio, pasear, reírte, descansar, relajarte, mimarte, quererte?.

Me da pena que, por primera vez en mi vida, he podido ver un reflejo de eso que muchos han llamado siempre la “deshumanización”.

La próxima vez que tengas una persona enferma delante no le preguntes por el resultado de su prueba, o por la fecha de su próxima quimio. Mírala a los ojos, sonríe y pregúntale: y tú, ¿cómo te sientes?. Y hazle sentirse mejor.

Gracias.

domingo, 19 de junio de 2011

India



India te envuelve…, te atrapa…, te llena… Entra hasta lo más hondo de ti a través de sus ojos negros y profundos… y aunque a veces te sientes saturada de ella no puedes, ni quieres, sacarla nunca más…

India te pica los ojos, te huele a basura, incienso, orines, especias… es ruidosa y silenciosa a la vez… Te sientes extraña y acogida, mareada y reposada… Miles de ojos te miran con curiosidad, mantienen firme la mirada y sonríen… Su blanca sonrisa y el maravilloso brillo de sus ojos destaca enormemente sobre su tostada piel. Te miran y tú no quieres dejar de mirarlos… porque cada uno de esos ojos infinitos como el océano, ébano como la noche, te están alimentando de India… Cada mirada te llena de colores, de sabores, de texturas, de cánticos y de sueños, y son tantas las miradas acumuladas al final del día que crees volverte loca. Intentar ordenar, filtrar y asimilar tanta información requiere un esfuerzo sobrehumano… no sabes si quieres gritar, llorar, reír o simplemente cerrar los ojos para que más olores y risas no puedan seguir entrando. Pero al día siguiente necesitas más… más ojos que te cuenten, más sabores que te embriaguen, más sonrisas que te emocionen, más India… más y más India…



A veces creo que fueron quince días de un sueño…, me veo a mí misma en una especie de neblina azul sorteando la basura por las calles, escuchando los rezos y la música, y preguntándome dónde se encuentra esa espiritualidad anhelada entre tantísimo bullicio de gentes y animales, entre tanto ruido y humo… Varios meses me han hecho falta para encontrarla... y es que estuvo todo el tiempo dentro de mí. India no te ofrece paz y quietud, te ofrece algo mucho mejor, la oportunidad de encontrarla por ti misma. Cada una de esas miradas, cada minuto escudriñando las calles y llenándote de sus colores… van acumulándose dentro de ti… y a medida que pasa el tiempo van dejando un poso… se asientan como las capas de la tierra hasta que forman parte de tu propia estructura. Se adhieren a tu piel y bombean tu sangre, y si cierras los ojos puedes volver a sentirlo como si estuvieras allí… Saboreas sus especias, aspiras el aroma del Ganges,  escuchas sus murmullos, las risas de los niños jugando al cricket en la orilla. Y sin pretenderlo te sientes plena. Rebosante de paz y de sosiego.

Si vas a India no pretendas emprender allí un viaje hacia tu propio interior… no quieras encontrar el equilibrio ni la calma… Déjate llenar de todo lo que te ofrece, agóbiate en sus calles, mánchate con su suciedad, desespérate con su insistente curiosidad, maréate con sus hedores y sus estridencias, escucha, siente, huele, toca, mira, saborea… porque el verdadero viaje empieza cuando regresas...

Bienvenida de vuelta…


martes, 25 de enero de 2011

Mi ser


A menudo me gustaría ser otra persona… demasiado a menudo, creo.

Más segura de mí misma, menos egoísta, más dócil, más alegre, más bajita, más guapa… cualquier otra persona que no sea yo. Y es que hay momentos en los que termino realmente harta de mí, como si hubiera un ser dentro de mi persona que actúa totalmente fuera de mi control. Ese ser a veces está rabioso, se frustra por no conseguir lo que quiere, se impacienta, le gusta hacerse la víctima, es verdaderamente insoportable. Y supongo que yo debería tener el poder de controlarlo, pero lo cierto es que no lo consigo… Cuando siento que mi ser alienado empieza a cobrar protagonismo intento ignorarlo, a ver si así desaparece. Otras veces incluso me enfrento a él de forma directa, hasta agresiva en ocasiones. Pero ni un intento ni el otro consigue el resultado deseado. Sigue ahí, riéndose de mí. Encima me ha salido chulo…

Mi ser se cabrea y tiñe de negro lo que toca. Su negatividad es contagiosa y casi sin darme cuenta me ha infectado entera. Después me cuesta un esfuerzo enorme limpiarme otra vez, haciendo un verdadero ejercicio de lucha interior… Las batallas pueden durar minutos, horas, días o semanas. Una vez duró tanto que dejé de reconocerme y casi hasta olvido quién soy. Estuvo a punto de conseguir la victoria absoluta, pero algo me hace siempre reaccionar cuando está casi todo perdido. Una voz, un sentimiento, un amigo, una frase… siempre aparece justo a tiempo para despertar mi conciencia de la pesadilla y ayudarme a dar el primer impulso para levantarme. Las batallas largas me dejan agotada, pero lo cierto es que llevan tras de sí un rastro de cierto orgullo por haber sido capaz de no dejarme vencer. Y eso me hace sentir más preparada para enfrentarme al ser en una futura batalla… aunque lo cierto es que no es así, pero la sensación es reconfortante.

Ya no recuerdo cuánto tiempo llevo luchando para que mi ser encuentre otro cuerpo que atormentar, pero en el fondo creo que somos una simbiosis… quizá sin él no sería más que una persona que va y viene por el mundo sin dejar rastro a su paso… quizá gracias a él me esfuerzo por ser mejor persona cada día, ejercito mi mente para que no me supere, me siento más viva… quizá después de todo deba dejarle existir… y aprender a domesticarlo…

¿No?.